Hopper y Cheever, 2 melancólicos…

Edward Hopper (1882-1967) és i serà un dels pintors més importants del segle passat. Quadres com «Nighthawks» o «Hotel Room» són icones de l’art contemporani que han decorat portades de llibres i de discs i de tot tipus d’objectes i han influït escriptors com Raymond Carver, John Cheever, músics com Tom Waits o sèries televisives com la premiada Mad Men. A casa nostra l’escriptor Jordi Coca en va fer una glossa molt personal en el seu llibre Paisatges de Hopper, impressionat pel misteri de les seves cases solitàries i mirant d’esbrinar la seva relació amb la cultura nordamericana. Ara el Museu Thyssen-Bornemisza presenta la primera retrospectiva de l’artista que s’ha pogut veure a la península. Tal com mana una retrosprectiva, l’exposició avança des de l’època d’aprenentatge fins a la consolidació del seu llengutage més personal. El jove Hopper va estudiar a França atret sobretot per la força dels impressionistes, com ara Félix Valotton o Degas i d’aquesta època en daten retrats de personatges de la faràndula i paisatges del Senna. Dels impressionistes, Hopper n’agafa el concepte de composició, més que la depuració de la tècnica. Durant tota la seva vida es va dir d’ell que era un mal pintor. I potser és cert, perquè el que interessava a Hopper era el misteri que podia sorgir de les seves escenes, més que no pas la depuració formal. És per això que la seva obra, no absent de certa abstracció o surrealisme, ens presenta des d’una edat ben jove, temes com cases abandonades, vies de trens als afores de pobles i personatges solitaris al mig de la ciutat.

Andreu Grau
NÚVOL, el digital de la cultura
Madrid, 8 de julio 2012

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Philip Roth ya es Príncipe (y así lo vió Cheever)

PHILIP ROTH Premio Príncipe de Asturias de las Letras
6 de junio de 2012

Reunido en Oviedo el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012, integrado por D. Luis María Anson Oliart, D. J. J. Armas Marcelo, D. Xuan Bello Fernández, D.ª Blanca Berasátegui Garaizábal, D.ª Amelia Castilla Alcolado, D. Juan Cruz Ruiz, D. José Luis García Martín, D. Álex Grijelmo García, D. Manuel Llorente Manchado, D.ª Rosa Navarro Durán, D.ª Soledad Puértolas Villanueva, D. Fernando Rodríguez Lafuente, D. Fernando Sánchez Dragó, D.ª Diana Sorensen, D. Sergio Vila-Sanjuan Robert, presidido por D. José Manuel Blecua Perdices y actuando como secretario D. Román Suárez Blanco, acuerda por mayoría conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012 al escritor Philip Roth.

La obra narrativa de Philip Roth forma parte de la gran novelística estadounidense, en la tradición de Dos Passos, Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Bellow o Malamud. Personajes, hechos, tramas conforman una compleja visión de la realidad contemporánea que se debate entre la razón y los sentimientos, como el signo de los tiempos y el desasosiego del presente. Posee una calidad literaria que se muestra en una escritura fluida e incisiva.

Declaración de Philip Roth tras la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012:

“Estoy encantado de recibir el Premio Príncipe de Asturias y emocionado porque el jurado haya encontrado mi obra merecedora de tal honor.

Es particularmente conmovedor para mí haber recibido la noticia del premio sólo unas semanas después de la muerte de Carlos Fuentes, quien recibió el premio en el año 1994. Carlos fue un querido amigo mío y un colega generoso durante muchas décadas y, por supuesto, uno de los más grandes novelistas en español de nuestra era. Quisiera que estuviese vivo para que pudiera oír su voz melodiosa al otro lado del teléfono dándome la enhorabuena con su cortesía habitual”.

Philip Roth
Nueva York, 6 de junio de 2012

Tomo una copa y voy con los dos perros a la estación a esperar a Philip Roth. Es inconfundible y de lejos lanzo un aullido jubiloso. Joven, acomodaticio, brillante, inteligente, tiene el aire juvenil de quien contempla casi todas las cosas como si generaran un calor insoportable.No es melindroso, pero aparta la cabeza de un plato de carne como si estuviera ardiendo. Se ha divorciado de una chica que me parecía una delicia. “Ni siquiera quiere devolverme los patines de hielo.” La conversación gira hacia el tema sexual -polla y cojones, Genet, Rechy- pero sus observaciones me parecen interesantes, sutiles e ingeniosas.

John Cheever
Diarios, 1963

Morgan se inspira en «El nadador» de John Cheever


Morgan, banda de «pop afónico» de Barcelona, se tira a la piscina con esta canción inspirada en «El nadador» (de John Cheever, claro). Y el chapuzón les sale bien.

Facebook de Morgan -para darle al «Me gusta»-

¿Cómo definiríais vuestra música?

Pop afónico, Rock dormido, Canción basta, Depresiva con clase, etc. Cualquier etiqueta nos vale, nos encantan las etiquetas. ¡Etiquetadnos!

Leer entrevista en astreduPOP

 

Cartas inéditas de Saul Bellow

El 9 de diciembre de 1981, le escribe a otro de los grandes autores norteamericanos, John Cheever, tras conocer la gravedad de la enfermedad que éste sufría y le declara tiernamente: «No hemos pasado mucho tiempo juntos pero hay un vínculo significativo entre nosotros. Supongo que en parte se debe a que los dos practicamos el mismo oficio autodidacta. (…) Cuando leí tus cuentos reunidos me emocionó ver la transformación que se producía en la página impresa. No hay nada que importe de verdad, salvo esa acción transformadora del alma. Te amé por eso. Te amaba de todos modos, pero por eso especialmente».

Leer artículo completo en La Vanguardia

La Vanguardia
Xavi Ayén

3 de diciembre, 2011

Philip_Roth y Saul Bellow

 

¿Qué leyó Chuck esta primavera?

Me voy a leer la novela ‘El diablo todo el tiempo’, de Donald Ray Pollock. Es que me encantó su primera colección de historias Knockemstiff. Si vuelvo a releer algo será posiblemente ‘Millas desde ninguna parte’, de Nami Mun. En verano, en general, soy adicto a los cuentos. ¿Quién puede concentrarse durante más de cuarenta y cinco minutos? Ahora que soy una persona de mediana edad, por fin entiendo las historias de John Cheever, y esta primavera me las he leído todas.

Chuck Palahniuk

Washington (EE UU, 1962). Su última novela es ‘Pigmeo’ (Mondadori)

Leer artículo completo en El País

Bloomsday

Ulysses Meets Twitter

@11ysses

http://11ysses.wordpress.com/

 

Cheever and Joyce

 Joyce and John Cheever were two influential writers of the late 1800’s and early 1900’s. James Joyce was an Irish author that wrote various short stories, novels, and poems. In Dubliners, he is noted for his epiphanies and objective correlatives. John Cheever, is an American short-story writer and novelist whose work is known for his portrayals of the average middle-class American. His works include ironic comedies and the displaying of his imagination. Both writers are duly noted for their short stories. Their unique styles of writings are respectably different to a point. They are similar in the way they display their descriptions, and differ in the way they present the outcome of their story. In the short stories of James Joyce, one is surely to notice his direct and sharp epiphanies.

[leer ensayo completo]

 

Diarios, 1962

Un paseo por la playa. El mar se estrella en los montantes y las puertas, sacude las cadenas. Bebo ginebra bajo el calor del sol y me siento muy feliz. Por la mañana sufro una exquisita melancolía. Echo de menos a mi esposa, mis hijos. Nadamos antes del desayuno. Pelícanos, chochas. Olor a humo de leña. Amargo. Una noche tibia bajo la luna. De modo que esto es una noche tropical y mi amor está lejos. Despierto a las dos o las tres. Pelea de gatos. Un perro trota bajo mi ventana agitando las chapas de identificación y antirrábica. Bruscamente, siento hacia mi esposa y mis hijos una gran acometida de amor. No nado antes del desayuno y después me siento perdido, melancólico, extraño mi hogar. No sé qué pasa. Temo que algo le haya sucedido a mi familia, aunque sé que mis miedos no tienen fundamento. Fumo sin parar.

 

 

«Felicidad» por M. Rodríguez Rivero

Felicidad

Una rica (aunque no hermosa) heredera es también la protagonista de Washington Square,la novela de Henry James que devoré en un AVE de ida y vuelta (véase comentario anterior). El libro, publicado ahora por Alba, me llegó el día antes del viaje, justo cuando decidía la lectura que llevaría conmigo. Hacía muchos años que no lo leía, de manera que recordaba muy difusamente su trama, lo que me animó a echarle un vistazo tan pronto encontré mi asiento (en esta ocasión no tenía al lado a ningún viajero impertinente y gritón colgado a su móvil). Inmediatamente, y ayudado por la admirable traducción de Catalina Martínez Muñoz (sólo me sobresaltó ligeramente, y estoy seguro de que es problema mío, que tradujera pin-prick por «rejonazo»), me sumergí en una historia cuya absoluta perfección narrativa había olvidado. Miren: lo bueno de enfrentarse a una obra maestra es que revela hasta qué punto nuestro nivel de exigencia literaria (y -ay- el de una porción de la crítica) ha descendido merced a la muy extendida falacia del «tanto vendes, tanto vales» y de la consiguiente dictadura del best seller. Los medios y la industria nos han acostumbrado a considerar -como apunta Magris en un artículo incluido en Alfabetos (Anagrama)- que el éxito y la audiencia de un libro le confieren automáticamente cierto peso cultural o moral. Y no siempre es así: de hecho, la ecuación entre éxito y valor (permanente) tiende a ser poco frecuente en literatura. Cuando se leen novelas como Washington Square se (re)descubre no sólo que su autor es un contemporáneo que tiene mucho que decirnos -a pesar de la lejanía del mundo que refleja- sino también que las (grandes) novelas son instancias insustituibles de conocimiento y fuentes de verdadera (y asequible) felicidad y consuelo. Y es en ese sentido en el que sí puede afirmarse que hay libros que le cambian a uno la vida o, al menos, le ayudan a llevarla mejor. Me sumergí en la sutil y banal historia de Catherine Sloper, a la que todos los demás personajes -y, a veces, también el astuto narrador- consideran «tonta de remate», con la sensación de estar participando en una maravillosa aventura intelectual diseñada por un mago que realmente conoce su oficio y que modela su voz y su ironía para hablarnos más allá de lo que nos muestra de modo tan convincente. Frente al realismo ramplón y la impericia técnica de algunas novelas más o menos bestseléricas -jaleadas por un sector de la crítica que se somete alegremente a la dictadura de las novedades (y a la mercadotecnia editorial)-,Washington Square brilla con luz propia. Releerla ha sido reencontrarme con esa alegría que sentimos cuando nos enfrentamos a una historia -por «menor» que esta sea (y la trama exterior de Washington Square lo es en grado sumo)- impecablemente construida, sin fisuras técnicas, sin desfallecimientos narrativos, que funciona como un delicado mecanismo bien engrasado y en el que todas las piezas se hallan donde deben estar. De vez en cuando, y para saber dónde me encontraba, tenía que levantar la vista del libro y mirar un instante el paisaje que se deslizaba velozmente al otro lado de la ventana. Washington Square es de esos libros que le hacen sentirse a uno mejor y, también, más adulto e inteligente. Una lección de literatura más barata que un trimestre intensivo en una escuela de escritura creativa.

«La primera felicidad de la temporada»
Manuel Rodríguez Rivero

Babelia/El País
18.09.10

Leer Artículo completo en El País

A Last Look at Updike and Cheever

La conversación/entrevista entre John Updike John Cheever de 1981 en el programa de la televisión americana The Dick Cavett Show, presentado y dirigido por Dick Cavettaquí-.

Visto en el blog J. S. de Montfort escribe

«The Swimmer» Wallpaper de TCM

The Swimmer Wallpaper en TCM

me matas Philip Roth: plan de relecturas antes de morir.

las vistas de Roth

¿Qué está leyendo?

He acabado Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, a quien precisamente le dieron el Nobel pero nunca pudo recibirlo. Hay una serie de libros que quiero releer antes de morirme, y ahora he empezado uno de ellos, los Cuentos de Canterbury, de finales del siglo XIV; yo estudié inglés antiguo en la universidad para poder leer ese libro. Ahora he olvidado lo que aprendí y lo releo en una traducción al inglés moderno, y me estoy dando cuenta de la cantidad de cosas que me perdí por mis defectuosos conocimientos lingüísticos. Me he hecho una lista de autores que voy a releer antes de irme de este mundo, que incluye a Dostoyevski, Faulkner, Turguenev o Conrad.

Leer entrevista completa en Magazine

por Lytton Strachey

«No impongo nada; no propongo nada: expongo»

El aire del «New Yorker» por Antonio Muñoz Molina

Salinger por Sciammarella

Salinger por Sciammarella

Detrás de la superficie limpia de cada historia de Salinger hay esa negrura que lleva a su héroe Seymour Glass al suicidio en un día perfecto de playa o al Holden Caulfield al psiquiátrico: una negrura no muy alejada de la que nos sobrecoge en los cuentos de joviales matrimonios de John Cheever devorados por dentro por un resentimiento del fracaso alimentado de alcohol y exasperación. Pero Cheever acabó transgrediendo las normas de decoro del estilo New Yorker y escribió con una verdad y una desvergüenza que hicieron posibles sus mejores obras tardías, el largo cuento El nadador, la novela Falconer, en la que se atrevió a contar con magnífica libertad la pasión homosexual que había escondido durante toda una vida.

El País
Antonio Muñoz Molina
29 de enero, 2010

Leer artículo completo en El País

«Ingenio y sensibilidad»

Una exposición en la Morgan Library de Nueva York reúne una veintena de cartas y el único manuscrito completo de la escritora Jane Austen

Autograph letter signed, dated Bath, 2 June 1799 to Cassandra Austen

Autograph letter signed, dated Bath, 2 June 1799 to Cassandra Austen

La muestra Woman’s wit: Jane Austen’s life and legacy (El ingenio de una mujer: vida y legado de Jane Austen), que permanecerá abierta hasta el 17 de marzo, presenta además el único manuscrito que se conserva de esta autora correspondiente a su primera novela Lady Susan.

Aguda observadora de su entorno, Austen derrocha humor y sensibilidad en las cartas que se cruzó con su adorada hermana. La crónica social -casamientos, ligues y muertes- y las discusiones de moda están trufadas de deliciosos comentarios. Jane definió la temática de su correspondencia como «importantes naderías». El costoso precio del papel le llevó a usar el espacio al máximo escribiendo en sentido vertical sobre las líneas horizontales y aprovechando los márgenes. Durante sus viajes a la costa o a las casas de algún familiar, cada tres días enviaba una carta a Cassandra y en todas ellas, como la excelente corresponsal que era, recreaba un tono de conversación y cháchara. «Te he hablado en esta carta tan rápido como me ha sido posible», escribe en una de ellas.

La muestra ofrece un completo repaso a la vida de Austen y hace un guiño a los detalles cotidianos que recogió en sus novelas. Un pequeño libro de cuentas muestra los gastos que anotó en 1783 (13 libras en ropa, 8 en lavandería, 3 en cartas y 3 en limosnas); un par de manuales de etiqueta y un conjunto de ilustraciones satíricas del siglo XVIII de James Gillray, testifican los usos y costumbres de la época. El retrato de Miss Q pintado por William Blake (que Austen aseguró que era la viva imagen de los personajes de Orgullo y prejuicio) y los grabados de Isabel Bishop que ilustraron las ediciones conmemorativas de sus novelas, ofrecen la visión gráfica del universo de esta autora. «Hemos tratado de poner el material original en su contexto histórico y social», explican en conversación telefónica el comisario de la muestra Declan Kiely y su asistente Clara Drummond. «Austen es una autora del XVIII, su sensibilidad está en sintonía con esa tradición y con el ingenio de ese momento».

En cuestión de popularidad, vive, casi dos siglos después de su muerte, uno de sus mejores momentos gracias, mal que le pese a los profesores de literatura, a libros que revisan en clave de terror adolescente su obra, como Orgullo y prejuicio y zombies. (*)

El País, 17/12/2009

ANDREA AGUILAR – Nueva York – 17/12/2009

Leer artículo completo en El País

Visitar exposición

Ver manuscritos Lady Susan y más

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Novedad: «Oh, esto parece el paraíso» en catalán

Publicada por Viena Edicions (ver ficha)

Això sembla el paradís!

Això sembla el paradís! Inèdita fins ara en català, l’última novel·la de John Cheever, el cronista més àcid de la classe mitjana nord-americana. El relat de la sorprenent batalla que lliura el protagonista per recuperar un paradís perdut de la seva joventut, esdevé en aquesta novel·la una lúcida metàfora sobre la condició humana. I és que, des de la mirada càustica i alhora tendra de l’autor, l’ésser humà és una espècie capaç d’aconseguir el millor sense proposar-s’ho, o fins i tot com a conseqüència d’un pla que s’encaminava en una direcció ben diferent… Un magnífic colofó a una de les carreres literàries més brillants del segle XX.

Reseña por Xavier Pla

¿Con qué escriben?

Allan Gurganus

The writer Allan Gurganus once asked his friend John Cheever, the great American novelist, whether he wrote in longhand or on a typewriter. Cheever’s answer? «I inscribe on stone tablets.»

Artículo completo en Telegraph.co.uk

Jill Krementz Photo Journal

John Cheever in Ossining, NY. October 1, 1971.

John Cheever with Flora, a yellow Labrador retriever

John Cheever with Flora, a yellow Labrador retriever

ohn Cheever with his wife Mary at the American Academy of Arts and Letters. May 18, 1977.

ohn Cheever with his wife Mary at the American Academy of Arts and Letters. May 18, 1977.

John Cheever with his friend, John Updike, at the American Academy of Arts and Letters

más fotos maravillosas en Jill Krementz Photo Journal

La hoja plegada. Capítulo 1.

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Las líneas azules del fondo de la piscina ondulaban y temblaban incesantemente, y algo en la forma de aquel lugar, tal vez el hecho de que fuese largo y estrecho y estuviese cubierto de azulejos hasta el techo, hacía resonar sus voces. Las mismas voces que sonaban tristes al aire libre, en el patio del instituto, “¡Esa luz! ¡Esa luz!”, era como si se gritasen desde el otro lado del agua y desde las gradas.

Todos iban desnudos, y hasta que llegase el señor Pritzker, sólo podían mirar el agua; tenían prohibido meterse en ella. Se apiñaron junto al trampolín y se empujaron y pisotearon unos a otros, peleándose con desgana. Los que estaban junto al borde de la piscina daban codazos y proferían amenazas que no tenían intención de cumplir, pero que ayudaban a pasar el rato.

La clase de natación era casi siempre igual. Primero pasaban lista, luego entrenaban quince minutos a espalda o practicaban la patada o la respiración y, para acabar, hacían una carrera de relevos. El señor Pritzker elegía a dos chicos y les dejaba escoger su propio equipo. Lo seleccionaban con mucha seriedad moviéndose por la clase y señalando por orden decreciente a los mejores nadadores. Pero lo verdaderamente crucial era a quién le tocase elegir al último. El equipo que tuviese que quedarse con Lymie Peters era el que perdía. Lymie no sabía nadar a crol. Semana tras semana, la carrera de relevos empezaban con gran excitación y continuaba de un lado al otro de la piscina hasta que le tocaba el turno a Lymie. En cuanto se zambullía y empezaba su lenta y frenética brazada lateral, la carrera decaía y el lugar se iba quedando en silencio.

Como se le daban tan mal los deportes, lo mejor que podía hacer Lymie era pasar desapercibido. En la clase de gimnasia, los días que jugaban al béisbol al aire libre, se iba corriendo al campo de la derecha y desde aquel lugar, en comparación seguro, contemplaba el partido. Allí llegaban muy pocas bolas y el central sabía que, aunque llegaran, Lymie no las atraparía. Pero en la clase de natación no había dónde apartarse. Se quedaba lejos de los otros, un muchacho delgado, estrecho de pecho, de pelo negro que formaba un pico de viuda sobre la frente y unos grandes y dubitativos ojos marrones. Siempre trataba de hacerlo lo mejor posible cuando llegaba la ocasión y nadie le reprochaba que fuese él quien decidiera siempre la carrera. Aunque, por otro lado, tampoco se tomaran la molestia de ocultarlo.

Ese día ocurrieron dos cosas fuera de lo habitual. El señor Pritzker llegó algo como una pelota de baloncesto aunque más grande, y llegó un chico nuevo a clase. El nuevo tenía el cabello fino y los ojos grises un poco demasiado juntos. No era muy guapo, pero su cuerpo, para ser el cuerpo de un muchacho, estaba muy bien formado, con una gracia masculina natural. De vez en cuando aparece gente -como el chico nuevo- que sirven como recordatorio de las reglas ideales y casi abstractas de proporción en las que se basa, por torpemente que sea, el ser humano. En la clase había chicos más grandes y más musculosos, pero en cuanto el nuevo ocupó su puesto en la fila que formaban junto al borde de la piscina, hizo que los demás parecieran desgarbados, como si tuvieran los brazos y las piernas demasiado largos. Todos le echaban miradas furtivas de admiración. Él miraba los azulejos del suelo o más allá hacia el infinito.

El señor Pritzker abrió su librito. “Adams -empezó-, Anderson…, Borgstedt…, Catanzano…, De Fresne…”

El nuevo se llamaba Latham.

El señor Pritzker, distinto de los demás por su tamaño y su edad, y por el hecho de ser el único que llevaba bañador y un silbato con una cinta alrededor del cuello, esbozó las reglas generales del waterpolo. A Lymie Peters le iban bastante bien los estudios, pero los juegos le producían ansiedad. El temor a ser de pronto el centro de atención, a que todo el juego dependiese de sus acciones, le nublaba la inteligencia. Vio las palabras “cinco chicos a cada lado” separarse como las líneas azules a lo largo del fondo de la piscina y volver a juntarse.

Por fin le llegó el turno de meterse en el agua, pero en lugar de participar en los gritos y los salpicones, en lugar de tratar de arrebatarles la pelota a los demás, se quedó junto al borde de la piscina. Hizo algunos esforzados pero inútiles movimientos cuando se le aproximó el grupo de jugadores y se relajó ligeramente cuando volvieron a alejarse (el agua volaba entre salpicones y el silbato les interrumpía constantemente) hacia el otro extremo de la piscina. Cada sesenta segundos, el minutero del reloj de pared se movía hacia delante con una sacudida perceptible, que quedaba registrada en el cerebro de Lymie. El tiempo, el lento paso del tiempo, era lo único que entendía, su única esperanza hasta el momento en que, sin previo aviso, la pelota voló directa hacia él. Miró ansiosamente a uno y otro lado, pero en aquel extremo de la piscina no había nadie. Desde la otra parte, una voz gritó: “¡Cógela, Lymie!”, y él la cogió.

Lo que ocurrió a continuación, estuvo enteramente fuera de su control. Los chapoteos le rodearon y le succionaron hacia el fondo. Rodeado de brazos que le agarraban y de muslos que rodeaban su cintura, se hundió hacia el fondo, hacia el fondo donde no había aire. Sus pulmones se expandieron y llenaron su pecho y él se agarró a la pelota con un pánico ciego. Tras un larguísimo momento, los brazos le soltaron sin motivo aparente. Los muslos le liberaron y se encontró de vuelta en la superficie, donde había vida y luz. La pelota se le escapó de entre las manos.

-¿Por qué la agarrabas así? -le preguntó un chico llamado Carson-. ¿Por qué no la soltaste?

Lymie vio la cara de Carson, enorme en el agua enfrente de él.

-Si el nuevo no te los llega a quitar de encima, te ahogas -dijo Carson.

Con una repentina y abrumadora gratitud, Lymie miró a su alrededor en busca de su salvavidas, pero el nuevo había desaparecido. Estaba en alguna parte en mitad de la lucha y los salpicones del otro extremo de la piscina.

La hoja plegada


William Maxwell

Comenzó a trabajar como editor literario en The New Yorker, y siguió en ella durante 40 años (1939-1975); se ocupaba de la sección correspondiente de dicha revista. Allí conoció y orientó a muchos narradores de gran valía. Trabajó con escritores de la talla de Vladimir Nabokov, John Updike, J.D. Salinger, John Cheever, Mavis Gallant, Frank O’Connor, Larry Woiwode, John O’Hara, Eudora Welty, e Isaac Bashevis Singer.

Sobre su papel de editor, Eudora Welty dijo: «Para los escritores de ficción Maxwell era el General». La narradora canadiense Alice Munro destacó su figura, a la par de toda una serie de nombres de primera línea, como Carson McCullers, Eudora Welty, Flannery O’Connor, y en algún aspecto hasta por encima de estas escritoras.

Pero lo más importante es su propia obra, de gran categoría e influjo. Su primera novela fue Bright Center of Heaven (1934). Escribió en conjunto seis novelas, que fueron muy bien acogidas por el público, así como relatos breves, ensayos, cuentos para niños y finalmente unas memorias, Ancestors (1972). En su obra, calificada por los expertos como una de las más importantes del siglo XX, son recurrentes los temas de la infancia, la familia, la muerte súbita o las vidas que cambian silenciosa e irreparablemente. Una parte de su trabajo es autobiográfico, y sobre todo concierne a la pérdida de su madre. Su obra ha pasado muchos años sin comentarse; Adiós, hasta mañana, de 1980, fue ganadora del premio American Book Award y se tradujo al castellano en 1998.

Desde su muerte, en el año 2000, se han publicado algunas biografías sobre él, que no han sido traducidas.

En 2008 la Library of America (editorial sin ánimo de lucro, que publica a autores norteamericanos clásicos y considerados imprescindibles) publicó el primer volumen de la obra de William Maxwell Early Novels and Stories.Para celebrar el centenario de su nacimiento, se publicó en el otoño de 2008 el segundo volumen de su obra Later Novels and Stories.

[de la Wikipedia]

Jane Austen. La más moderna.

890


Sense and Sensibility and Sea Monsters

Jane Austen

Quirk Books

Diseño: Doogie Horner

Ilustración: Lars Leetaru (portada) & Eugene Smith (interior)

875


Pride and Prejudice and Zombies: The Classic Regency Romance – Now with Ultraviolent Zombie Mayhem!

Jane Austen & Seth Grahame-Smith

Quirk Books

Diseño: Doogie Horner

Ilustración: Philip Smiley (interior)

Fuente: Book Covers

(A ver si aprendes Salinger…)

Ayesta en la valla

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Una ola fría, blanca y burbujeante que era una hermosura y una delicia y una furia de felicidad que le volvía a uno loco de alegría.


Julián Ayesta

Valla en las obras en la plaza del Instituto (o Parchís) en Gijón.

[clic en las fotos para ampliarlas]

Cover Stories

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[clic en la imagen para ampliarla]

Julián Ayesta y «Helena o el mar del verano»

Julián Ayesta

Julián Ayesta

Helena o el mar del verano fue un relato largo, unitario a modo de memorias de adolescente sobre ciertas formas de comportamiento religiosas, de cortesía y urbanidad familiar, de la alta convivencia de la burguesía gijonesa afincada en la parte alta de la ciudad. El libro tuvo un gran eco y sobre él se publicaron artículos de extensión y profundidad en las revistas especializadas y en la prensa española. La primera edición de esta obra de Julian Ayesta, de cuya muerte acaban de cumplirse 29 años, fue publicada por la colección «Ínsula» (Madrid 1958).

Señor Director, creo que está todavía, afortunadamente y por el bien de la literatura, presente en nuestro tiempo. La eximia escritora M.ª Elvira Muñiz, de la que estamos esperando su nombramiento de académica de la Real Española, profesora, sostenedora del alto nivel de la vanguardia literaria gijonesa y asturiana, en sus recuerdos del escritor (Ateneo Obrero de Gijón, Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad popular) concluye su retrato así: «El diplomático viajero que, para morir, había retornado al paisaje de su infancia cantado -y ya perpetuado- en uno de los libros más bellos de la literatura española contemporánea: «Helena o el mar del verano»».

Estoy de acuerdo, profesora, y con muchos escritores me solidarizo con ese juicio además, en este tiempo en que la literatura asturiana asume un nivel de importancia indiscutible.

Julián Ayesta está presente en el recuerdo, en su actitud y talante de luchador por España y dentro y fuera como diplomático.

Capitán, cuando yo me muera, entiérrame en tierra verde, de cara a la primavera.

Ahí estás, Julián Ayesta, descansando en sagrado, frente a tu mar, a tu playa, a tus nubes, a tus sueños.

por Mauro Muñiz

La Nueva España

21 de junio, 2009

Luz instantánea

Desde el 16 de abril y hasta el 31 de mayo de 2009, la Fundación Luis Seoane (A Coruña, España) ofrece una exposición de 80 imágenes polaroid de Andréi Tarkovski, realizadas en su mayoría durante los años 80. La exposición se completa con una instalación audiovisual y con algunas maquetas y dibujos del propio Andréi Tarkovski.

Calle de San Gregorio (Italia), en 1984.

Calle de San Gregorio (Italia), en 1984.

Dacha de la familia Tarkovski en Myasnoye

Dacha de la familia Tarkovski en Myasnoye. 26 de septiembre de 1981

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Andrei Tarkovski y Tonino Guerra en 1979, en casa de Antonioni

Andrei Tarkovski y Tonino Guerra en 1979, en casa de Antonioni

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Luz instantánea gira en torno a 80 fotografías polaroid tomadas por Andrei Tarkovski en los alrededores de su dacha rusa y en diversas localizaciones italianas entre 1979 y 1994, época en la que el cineasta se encontraba inmerso en la realización de su primera película rodada en el extranjero, Nostalgia. Ésta es una circunstancia que se ve reflejada en en las propias instantáneas ya que en ellas podemos comprobar toda una serie de minuciosos ensayos acerca de encuadres, motivos o incluso tonalidades cromáticas que finalmente formarán parte de su penúltimo film.

[…]

Luz instantánea se completa además con un dibujo de gran formato realizado por Andrei Tarkovsky, nunca antes expuesto, así como un ciclo de documentales y una instalación audiovisual.

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Comentario de la exposición en el blog «La escuela de los domingos» [y con más fotos]

Información en la Fundación Luis Seoane [ver Agenda]

Artículo en El País

Una tarde con Dios (o Aristófanes)

Dios

[…]

Si tuviera que reducir a un solo motor lo que lo ha llevado a consagrar su vida a la literatura, ¿cuál sería?

Diría que la curiosidad ha sido mi fuerza motora. Cada vez que empiezo un nuevo libro no sé si voy a ser capaz de conseguirlo, tengo mis recursos pero las novelas no brotan con naturalidad. Uno arranca como amateur, de cero, respecto a ese título en concreto. De forma que siento curiosidad por ver si lo lograré, por ver qué saldrá, por ver si daré con la forma adecuada para explicar la historia, por ver si los personajes cobrarán vida como los concibo, por ver si los detalles resultarán precisos, por si encontraré las palabras justas para aquella frase y ese párrafo…

[…]

Lo que está claro es que atraviesa una fase muy productiva, ¿le impulsa una cierta urgencia?
Siempre he escrito de manera apremiante. Cuando empiezo un libro, me vuelco por entero, trabajo en él todos los días de la semana. Quizás sea porque creía a Saul Bellow cuando me decía que ningún escritor debería morir mientras tuviese un libro entre manos (risas). En todo caso, me siento con prisas en tanto que ser humano, lo que queda patente en mis últimos libros, donde la muerte está muy presente. Es lo que pasa cuando asistes al funeral de un amigo cada seis meses. Espera un momento… (Roth se levanta y se dirige a su mesa de trabajo. Viste de manera informal: una camisa azul marino, unos pantalones de pana y unos mocasines gastados. Regresa con las capillas de su próxima novela, The Humbling, a publicarse en su país en septiembre de este año. Están enfundadas en una sobria portada con una ilustración en la que un foco de luz ilumina el centro de un escenario vacío.) Me he acordado porque en ella también he incluido a un muerto. La protagoniza un actor que atraviesa un bloqueo y que recibe una cura de humildad. Escribir una novela se debe de parecer mucho al trabajo que realiza un intérprete a la hora de meterse en un papel.

[…]

Nueva Jersey ha vuelto a estar de moda gracias a Los Soprano.

Sólo he visto un episodio, pero puedo asegurarte que me robaron algo. En La conjura contra América escribí sobre dos gángsters, Big Pussy y Little Pussy, a los que conocí en la vida real, y que luego han aparecido en la serie. Ahora resulta que Roth se lo birló a la televisión, pero fue al revés, porque mi novela es anterior.


S
eguir leyendo entrevista completa a Dios

Qué Leer
Número 142

SI SÉ LO QUE ESCRIBIR, JAMÁS ESCRIBO

SI sé lo que escribir,

jamás escribo.

Si escribo es por saber lo que sabré,

aquello que aparece

al descubierto,

mientras uno lo escribe,

y se desnuda

sólo para nosotros,

y no aparece más en lo desnudo.

Si sé lo que decir,

no digo nada.

Igual que nada pienso,

si sé lo que pensar.

Si digo, es por asombro

de adónde me conduce estar diciéndome.

Si sé lo que sentir,

¿para qué amarte?,

cuando lo tuyo propio es la sorpresa

de permitirme amarte en este tránsito.

Si supiera escribir,

no escribiría.

¿Para qué ser escriba de alguien mío

que impone que yo viva a su dictado?

Si escribo, es por probarle a mi ignorante

el ánimo interior de su ignorancia,

la fuerza capital que hay en la búsqueda.

Nunca saber,

y siempre estar diciendo.

Nunca escribir,

y estar siempre intentándolo.

Todo es incertidumbre,

y suspensivo.

Ánima mía - Carlos Marzal

Ánima mía - Carlos Marzal

CARLOS MARZAL

Ánima mía

Tusquets
Marginales 253
1ª edición, febrero de 2009

«la obra está completa»

Ilustración de Pablo García

Ilustración de Pablo García

No es el caso del psiquiatra Antonio Lobo Antunes (1942), un hombre que ha repetido en más de una ocasión que escribir es el único sentido de su vida y que, ahora, inesperadamente ha confesado que no volverá a publicar cuando pasen dos años y haya concluido su novela definitiva. La obra está completa. «No tiene sentido continuar».

Los editores, a los que acaba de entregar su última novela Que cavalos são aqueles que fazen sombra no mar, están preocupados. Le han preguntado cuáles son los motivos de publicar una novela de la que se siente satisfecho y anunciar, al mismo tiempo, que sólo escribirá una más. Y él les ha respondido poniendo como ejemplo el caso de Ronnie Peterson, el piloto sueco de Fórmula 1, que en una ocasión le dijo al jefe de Ferrari que tenía poca visión de los negocios ya que le había comprado un billete de ida y vuelta.

Luis M. Alonso
La Nueva España. Cultura

Leer noticia en La Nueva España

«Basically decent»

Basically Decent

A big biography of John Cheever

by John Updike

Fotografía de Nancy Crampton

Fotografía de Nancy Crampton

He was extraordinarily blessed by anyone’s standards . . . but he liked to say that all he had in life was an old dog. There was his despair. And then there was his inability to comprehend the despair and self-negation he inflicted on others.

Like Kafka and Kierkegaard, Cheever felt his own existence as a kind of mistake, a sin.

he had an affair with Lila Refregier, the wife of a friend. “[I] always hoped that something, the love of a beautiful woman, would cure my ailments. I thought that Lila would lead me away from my jumpy past,” he wrote in his journal in 1967. She, many years later, remembered him as “such a nice person, a basically decent person, with something in him that kept him from being completely decent.”

Cheever’s characters are adult, full of adult darkness, corruption, and confusion. They are desirous, conflicted, alone, adrift. They do not achieve the crystalline stoicism, the defiant willed courage, of Hemingway’s. Cheever was not a stoic; he was for most of his adult life a regular, indeed compulsive, communicant at Episcopal morning Mass. His errant protagonists move, in their fragile suburban simulacra of paradise, from one island of momentary happiness to the imperilled next.

“Cheever: A Life”  Blake Bailey (Knopf; $35);

Leer artículo completo en The New Yorker

2 más de Roth

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Ilustración por André Carrrilho (30 noviembre, 2005)

El novelista y ensayista estadounidense Philip Roth, mencionado recurrentemente como posible ganador del premio Nobel, tiene preparadas un par de novelas que publicará en los siguientes meses.

En una nota informativa en su página de internet, el diario The New York Times informó hoy que la editorial Houghton Mifflin Harcourt editará las obras.

La primera aparecerá este verano y se titulará «The Humbling«, sobre un actor teatral que envejece y cuya vida, como en muchas novelas de Roth, se ve alterada por un violento deseo sexual.

La otra, programada para ser publicada en 2010, se titulará «Nemesis«, y versará sobre los efectos de una crisis de poliomielitis sucedida en Newark, Nueva Jersey, en 1944.

TV & Novelas por Rodrigo Fresán

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Ahí comenzó todo y aleluya. Pero creo que no es conveniente confundirse. De acuerdo: Band of Brothers podría ser una novela de James Jones, Six Feet Under una novela de Anne Tyler, Deadwood una novela Elmore Leonard, Battlestar Galáctica una novela de Dan Simmons, Mad Men una colaboración entre John O’Hara y John Cheever, Los Soprano una novela de George Pelecanos, Perdidos una novela de Philip K. Dick, El Ala Oeste una novela de Tom Wolfe, John Adams una novela de Gore Vidal, Mujeres desesperadas una novela de… pero no son novelas. Ni lo quieren ser. Y, atención, los guiones –que yo sepa– no los firma nadie que pueda demostrar fehacientemente haber escrito la Gran Novela Americana. Tampoco creo que les interese: hay más dinero en escribir para la tele.

[…]

Volviendo a lo del principio: a la hora de la eufórica traslación espacio/temporal de los grandes titanes de la literatura, nadie se detiene a preguntarse si ellos serían felices con el cambio. Fitzgerald y Faulkner y Huxley y Mann y Yates –entre muchos otros– no la pasaron demasiado bien escribiendo para las cámaras de los grandes estudios.

Por otra parte y hasta donde yo sé, Hank “Californication” Moody todavía sueña con escribir la Gran Novela Americana.

Y quiere que primero la lean.

Y después, si hay suerte, que la miren por TV.

 

Rodrigo Fresán

Radar Libros
Domingo 15 de febrero, 2009 

 

Leer artículo completo en Radar Libros

Updike&Cheever

UPDIKE EN PAZ

En una entrada de los Diarios de John Cheever –correspondiente a finales de los años ’70 y principios de los ’80– se lee: “A las cuatro suena el teléfono. ‘Llamo de la cadena CBC. John Updike ha muerto en un accidente de tránsito. Nos gustaría que hiciese algún comentario.’ Estoy llorando. No puedo dormir (…) En cuanto a John, lo respetaba tanto como colega y lo quería tanto como amigo que su muerte me produce un efecto indescriptible. Era un príncipe (…) Para mí, es el escritor sin igual de su generación; su don de comunicar a millones de extraños sus emociones más elevadas y desesperadas se veía reforzado por una inteligencia y erudición inmensas y poco comunes. John poseía una astucia única en el campo de la estética (…) Uno echa de menos y con pesar su inteligencia, pero recuerda que dedicó su vida a escribir vetas perdurables (en modo alguno quiero decir inmortales) de sensualidad y revelaciones espirituales”.
Un poco después, Cheever –que toda su vida mantuvo con Updike una relación de amorosa competencia y envidia de camarada– agrega: “Así que la noticia de la muerte prematura de John es falsa. Según mi hija, he llegado a la conclusión de que un desconocido ambicioso vio el nombre en un parte de policía y decidió sacar partido”.
En su biografía de John Cheever, Scott Donaldson apunta que el engaño fue idea y obra de “un novelista rival con un siniestro sentido del humor” pero no revela el nombre.

Leer artículo completo en RADAR

Rodrigo Fresán

1 de febrero, 2009

 

“Es el complemento perfecto de John Cheever, cuentista extraordinario, quien tambien trabajó mucho sobre la clase media del noreste de Estados Unidos. Son autores que retratan el alma verdadera de esa nación, el Estados Unidos profundo, la forma en que éste se va deteriorando.”

Leer artículo completo

La Jornada

28 de enero, 2009

 

John Updike (1932-2009)

Sex is like money; only too much is enough. 


John Updike Time

 

Es nuestro gran hombre de letras del siglo XX, fue brillante como novelista, cuentista, crítico literario y ensayista.Es y será para siempre un tesoro nacional, como Nathaniel Hawthorne, que fue su precursor literario en el siglo XIX

Philip Roth

 

Hay que tener en cuenta que Updike escribe rodeado de una floración asombrosa de talentos narrativos: de una parte, los novelistas judíos como Saul Bellow, Bernard Malamud o Philip Roth; de otra, los sureños Carson McCullers, Eudora Welty, Flannery O?Connor o Truman Capote; además estaba en auge la explosión de la literatura escrita por negros (Ralph Ellison y James Baldwin) y los de extracción europea como Bashevis Singer o Nabokov, además de su colega en el New Yorker, J.D. Salinger, o el maravilloso cuentista que era John Cheever. En fin, que destacar entre tantos formidables escritores exigía una capacidad literaria fuera de lo común.

«Una extraña dulzura»  Jose María Guelbenzu en El País


Cuando publicó un libro sobre golf, un crítico aseveró: «Se puede escribir sobre deportes como el baloncesto o el béisbol y hacer que resulte entretenido, pero escribir sobre golf y conseguir que el lector se apasione, es algo que sólo está al alcance de John Updike».

«El azote de la clase media» entrevista de Eduardo Lago a J. Updike en El País


Y cuando recuerdo el hilarante rapapolvos crítico que Foster Wallace lanzaba contra él en un artículo de «Hablemos de langostas», y veo sus muertes tan cercanas, en tantos sentidos, al fin y al cabo vencidos por la enfermedad ambos, pienso en una especie de extraña simetría generacional, como si Updike no estuviera tan lejano de esa posmodernidad desafiante que pretendía pasarle por encima.

Comentario en el blog «El síndrome Chéjov» 

 

Su producción novelística fue la que le situó en un lugar destacado de la literatura estadounidense contemporánea, junto a grandes firmas como Saul Bellow, Philip Roth, Don DeLillo y Kurt Vonnegut, entre otros.

Leer noticia en El País


Updike sería algo así como el Philip Roth cristiano. Además de blanco, hombre y muy aficionado al adulterio, por lo menos en la ficción

Leer noticia en ABC


Empiezo a temer que Roth, otro estadounidense de obra poco influyente, muera también sin el Nobel. Sería otra enorme injusticia.

Leer noticia en El Correo Digital

 

Se fue un escritor muy atractivo, urbano, realista y que formó parte de una brillante generación de autores de la post guerra, como Salinger, Kerouac y Kurt Vonnegut. También fue un gran cuentista

Leer noticia en El Mercurio

 


«El lugar de John Updike en el panteón de las letras americanas está, hoy por hoy, más que asegurado, aunque el autor no nos haya a dado hasta ahora la formidable sorpresa que nos ha venido ofreciendo Philip Roth a lo largo de sus últimos años y libros. En cualquier caso, Updike es el autor de una incuestionable Gran Novela Americana –la tetralogía con coda protagonizada por Harry “Conejo” Amstrong– y a esta altura poco y nada tiene que probarnos.»
Rodrigo Fresán